martes, 16 de febrero de 2010

Cada vez que me toca tinte para disimular las canas que uno empieza ya a peinar, me viene a la memoria aquella patetica escena de Muerte en Venecia en la que el pobre Gustavo Aschenbach, solo y vencido ya por la peste, se destiñe.

Su melena lloraba sobre las sienes mal enamoradas lagrimas negras, lagrimas de luto por su juventud irrecuperable.

La juventud es una enfermedad deliciosa que, por desgracia, pasa pronto.

Y aunque uno intente autoconvencerse de que el mayor don de la vida es aprender a recrearse, a gozarse en la senectud (que, por cierto, nunca estas segura de alcanzar), yo si me dejaria tentar por Mefistofeles.

Cuando el quiera
jajajajujujijijajaja

Sarita Amon