miércoles, 27 de febrero de 2008

Los sapos siempre me han despertado una especial ternura.

Asociacion de recuerdos, supongo.

Los cuentos infantiles que oia de pequeña, -y oi unos cuantos-, estaban plagados de principes convertidos en sapos o ranas que se dirigian a las doncellas que paseaban por los caminos solicitandoles un beso al que ellas solian acceder gustosamente.

Eso, cuando eran capaces de escaparse de la despensa de la bruja mala que siempre los usaba para hacer sus pocimas.

Luego me entere que tanto la extraña aficion de las princesas a besuquear ranas como la de las brujas por empeñarse en condimentar sus sopas con tan viscoso animal, tenian una explicacion algo menos fantastica.

El sapo, y mas en concreto su piel, contiene una sustancia, la bufotenina, aislada por primera vez en 1920 por H. Handovskyy, que produce, entre otras cosas, alucinaciones, ilusiones visuales, distorsion de colores y sensacion de estar volando.

Vamos, que a falta de otros entretenimientos mejores unas y otras usaban a los batracios para pasar el rato.

Hacian bien.

Aunque hay algo que no acaba de encajarme.

Entiendo lo bien que se lo podian pasar unas señoras brujas subidas en el palo de una escoba y pensando que aquello iba y venia a su gusto, sin embargo, no alcanzo a entender muy bien como, despues del primer lameton de bufetidina al sapo, y por muy colocadas que aquello les pusiera, las melindrosas princesas eran incapaces de notar la diferencia que debe de haber entre retozar con un principe y retozar con un sapo,

Por muy incompetentes que fueran los principes y muy habilidosas que fueran las princesas manejando sapos, o estoy equivocada ?. 


Sarita Amon.